¿Y si dejaras de intentar mejorar todo el rato?
Son las 2:19 de la mañana. Acabas de mirar la hora.
—“Mierda, otra vez no…” —susurras.
Cenaste a tu hora. Leíste tus diez páginas con los ojos medio cerrados solo para tachar tareas de tu lista del día. Y después… premio: coges el móvil para “despejarte un poco”. Total, te lo mereces: llevas 30 minutos siendo una máquina de productividad.
Y cuando vuelves a mirar la hora… ¡zas! Pasa de las dos. El bucle se repite.
Esto no es otro texto diciendo que las listas de tareas son inútiles. Ni que no hagas rutinas.
Esto es, simplemente, un bofetón suave (o no tanto) para despertarte:
Ningún truco, técnica ni artículo de “los 5 secretos para ser más productivo” te va a servir si no vas en serio.
El patrón de hacerse adulto (y cómodo)
Todo el mundo quiere mejorar, pero pocos están dispuestos a pagar el precio.
Nos encanta la rutina, sí. Pero amamos la comodidad todavía más.
- Si eres estudiante, querrás buenas notas y salir con tus colegas.
- Si trabajas, el sueldo fijo te adormece.
- Si emprendiste, es posible que ya estés tentado de automatizarlo todo y echarte a dormir.
Los hobbies, los proyectos personales, lo que realmente te emociona… acaban encerrados en una caja polvorienta con la etiqueta: “cuando tenga tiempo”.
Y ahí está el patrón: construyes una vida cómoda y luego no quieres romperla.
¿Para qué? ¿Por qué comer mejor, por qué ir al gimnasio, por qué empezar ese proyecto?
Porque donde hay comodidad, no hay mejora.
La trampa de los consejos
Hay quien elige la comodidad. Y luego estás tú: el que quiere cambiar.
Buscas en Google. Te salen los clásicos:
- “10 formas de ser mejor que los demás”
- “Vive como un estoico y redescúbrete”
- “5 métodos infalibles para no perder el tiempo”
Incluso yo he escrito ese tipo de cosas. Y ojo, muchas veces funcionan. Para mí.
Pero lo que funciona para mí, no tiene por qué funcionar para ti.
No se le enseña a un mono a volar ni a un pájaro a ladrar.
Y sin embargo, vivimos repitiendo fórmulas ajenas como si fueran mandamientos.
El problema no es que los consejos sean malos.
El problema es que no son tuyos.
Te frustra no ver resultados porque estás usando herramientas que no encajan contigo.
Y encima te culpas.
Pomodoro y otros mitos
Te pongo un ejemplo: la técnica Pomodoro.
A mí me sacaba de quicio. Me metía en el trabajo, empezaba a fluir… y ¡pum! el temporizador decía “descansa”.
Hasta que entendí que Pomodoro no es una regla sagrada. Es una idea. Una sugerencia.
Y la adapté: trabajo 1 o 2 horas seguidas hasta que yo sienta que toca parar. Así sí funciona.
Ese es mi Pomodoro. ¿El tuyo? Búscalo. Y que nadie te imponga uno que no va contigo.
Deja de hacer lo que “te dicen que hay que hacer”
Vivimos enterrados bajo consejos sobre cómo vivir mejor.
Y sin embargo, seguimos frustrados.
¿Por qué?
Porque no estamos haciendo el trabajo real. El incómodo. El profundo.
Pregúntate:
- ¿Lees ese libro porque te apasiona o porque está en tu lista?
- ¿Trabajas porque lo amas o porque lo manda tu agenda?
- ¿Evitas a tus amigos porque necesitas tiempo o porque tu rutina “estoica” te lo exige?
Mejorarte no significa eliminar lo que te hace único.
Es como aprender francés viendo Netflix. No va por ahí.
Epicteto lo resumió así:
“Primero di quién quieres ser. Luego haz lo necesario.”
No se trata de más tareas. Se trata de coherencia.
¿Qué tipo de persona quieres ser? ¿Qué valores quieres encarnar?
Empieza por ahí.
El mito de “mejorar”
Dicen: “tienes que mejorar”.
Vale, ¿pero mejorar qué? ¿Y según quién?
- ¿Trabajar más?
- ¿Comer sin disfrutar?
- ¿Tener una agenda donde hasta respirar está cronometrado?
No, gracias.
La mejora auténtica no nace de la exigencia externa, sino del fuego interno.
De seguir tu propia brújula.
“El obstáculo es el camino.”
Cada tropiezo, cada cagada, cada desvío… es oro puro si sabes leerlo.
La vida no es un Excel. Es una selva. Y si no aprendes a moverte en ella, te comerá la rutina vestida de “progreso”.
¿Y el equilibrio, qué?
Aquí viene el matiz que muchos olvidan:
Quererte mejorar no significa odiarte como estás.
Y aquí se la pega mucha gente. Se ponen metas irreales. No las cumplen. Y se machacan.
Clásico.
Dato curioso: el cerebro necesita mínimo 18 días para integrar un nuevo hábito.
Y tú pretendes cambiar de vida en 48 horas. ¡Vamos, hombre!
Convertirte en tu mejor versión no va de listas ni de hacks.
Va de mentalidad.
- ¿Hoy hiciste algo que te acerca a tu visión? Bravo.
- ¿Hoy solo saliste de la cama y no mataste a nadie? También bravo.
No eres un algoritmo. No necesitas rendir para merecer afecto.
Consejos que sí me han servido
Aquí van cinco que me han funcionado. No como dogmas, sino como pistas:
1. Intenciones, no objetivos
Sin discutir acerca de la necesidad de objetivos precisos en el ámbito profesional, debemos de reconocer que no es lo mismo “leer 12 libros” que “conectarme con el conocimiento cada semana”. Lo primero es un objetivo, lo segundo es una intención.
Las intenciones son flexibles, vivas. Se adaptan.
2. Compasión, no perdón
No te conviertas en esa persona tóxica que te falla y te dice “ya cambiaré”.
Compasión no es excusa. Es firmeza con amabilidad.
3. Curiosidad insaciable
Los más sabios que conozco no se creen sabios.
Leen, preguntan, escuchan. Nunca van de “yo ya lo sé”.
Haz de la curiosidad tu brújula.
4. Celebra tus rarezas
Tu forma rara de pensar, tus manías, tu forma de hablar contigo mismo…
Todo eso eres tú. Apúntalo. Guárdalo. Recuerda de dónde vienes cuando tengas dudas.
5. Conecta con tu “por qué”
Tu motivo. Esa razón íntima que te mueve. Escríbela.
Pégala donde la veas cada día. Que arda. Que tire de ti. Esto es lo más importante para mí. Escribí mi «por qué» en un post-it y lo pegué en mi mesa de trabajo. Cada vez que me siento allí, ese «por qué» es lo primero que leo y me entusiasma. Nunca olvides por qué empezaste y sigue luchando por ese objetivo.
Y para terminar…
No necesitas más trucos o soluciones rápidas de maquillaje.
Necesitas recordar esto:
Ya eres suficiente.
Puedes mejorar, sí. Pero desde el amor, no desde la exigencia.
Desde la conciencia, no desde el castigo.
Desde tu fuego interno, no desde las modas externas.
A veces, el verdadero cambio empieza el día en que dejas de luchar contra ti mismo
y empiezas a escucharte.